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Trampas Institucionales 27-AGO-2009

TRAMPAS INSTITUCIONALES

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El Semanario
Los sistemas presidenciales, como el mexicano, tienen como principio esencial la existencia de pesos y contrapesos o, en su defecto, el de la división de poderes....

 

Trampas Institucionales

Jorge Buendía


El Semanario, 27/08/09

Los sistemas presidenciales, como el mexicano, tienen como principio esencial la existencia de pesos y contrapesos o, en su defecto, el de la división de poderes. Este diseño busca, simple y llanamente, evitar la concentración del poder en una sola persona o institución. Como a menudo ocurre, la teoría resulta rebasada por la práctica.
Una de las formas más recurrentes de eliminar los pesos y contrapesos y, de hecho, de acabar con la división de poderes, es a través de lo que podría llamarse “gobierno de partido”. La disciplina partidista permite al presidente en turno controlar al Poder Legislativo en caso de contar con mayoría absoluta en el Congreso. En la época dorada del PRI este escenario fue la constante. A partir de la pérdida de mayoría absoluta del PRI en la Cámara de Diputados (1997), el Congreso empezó a recuperar su perfil de contrapeso al poder presidencial. En una democracia es paradójicamente el voto ciudadano el que acaba minando la división de poderes. Son los electores quienes deciden si el Ejecutivo y el Legislativo acabarán en las mismas manos y si el partido gobernante contará con mayoría absoluta.
Hoy, en México, los votantes han decidido negarle al Presidente la mayoría en la Cámara Baja. Pero también han decidido regatearle al PRI la mayoría absoluta. El resultado es la fragmentación del poder. El anhelo de los pesos y contrapesos es ya una realidad en México. Sin embargo, hay tendencias centrípetas que apuntalan la concentración de poderes. En particular, el peso de los gobernadores en la Cámara de Diputados puede llevar a la captura de esta institución. Antes en manos del Ejecutivo, el Legislativo es ahora presa de los poderes estatales.
La homogeneidad electoral a nivel estatal ocasiona que los gobernadores y sus partidos se lleven el grueso de los distritos en sus estados. Por ejemplo, el PRI se llevó 89% de los distritos en los estados que gobierna (152 de 171). El 81% de los triunfos tricolores de mayoría (152 de 188) fueron en entidades priístas. En la medida que los gobernadores designan a los abanderados de sus partidos, los legisladores acaban siendo delegados del gobernador en turno, y en menor grado de los ciudadanos de sus distritos. Si a esta fotografía le añadimos el caso de los diputados perredistas y panistas, la realidad es que la Cámara de Diputados estará capturada por los ejecutivos estatales y el Federal.
¿Cómo salir de este círculo vicioso? A riesgo de parecer redundante, dada la cantidad de virtudes que se le atribuyen, la solución más efectiva descansa en la introducción de la reelección legislativa. En la medida que los legisladores cuenten con un “voto personal”, y por ende una base de poder independiente, tendrán mayor autonomía en su gestión y tendrán que prestarle mayor atención a las demandas de los ciudadanos de su distrito. La reelección legislativa también acabaría, a la larga, disminuyendo el poder de los gobernadores y las dirigencias partidistas en la nominación de los candidatos. Sería muy difícil negarle la nominación a un diputado con amplio respaldo popular en su distrito. Mientras esto no ocurra, seguiremos con un Poder Legislativo a merced de otras fuerzas.